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La nostalgia del lector


Ayer, una de esas amigas virtuales que nos traen los libros, hizo un comentario como al pasar que me rebotó en la cabeza durante horas y me instó a escribir esta nota.


La cosa empezó así: alguien pidió referencias sobre un libro en particular en el contexto de un grupo de lectura y uno de sus miembros, que evidentemente lo tenía leído, respondió gustosa. Una tercera persona condimenta el intercambio, manifestando su asombro: “Fulana (a quien acaba de dar la referencia), no te veía leyendo ese tipo de novelas”.


La construcción “ese tipo de novelas” no es inofensiva, y menos cuando hablamos de una novela rosa - esto es, estrictamente romántica -, un género no sólo desvalorizado sino muchas veces denostado. Fulana salió al cruce aclarando que hacía años no las leía más, que lo había hecho en otra época. La sorprendida le levanta el pulgar. Aquí es cuando intervengo y comento algo sobre la evolución en los gustos; cambios, si así lo prefieren. Pero la cosa no quedó ahí, Fulana agrega otro comentario en el que confiesa sentir nostalgia por ese tiempo en el que sólo leía literatura romántica.


Y aquí es exactamente donde pretendía llegar. No fue de “superada” que hice aquel comentario sobre la evolución respecto al tipo de lectura que elegimos, pues no me siento ni más ni menos que la persona que lee exclusivamente romántica. Se trata de otra cosa. Al igual que seguramente le pasó a Fulana, mi paladar saboreó otro gusto. Para algunos, un gusto más sofisticado; para otros, aburrido. Esto no quita que no recordemos con cierta nostalgia la época aquella en la que leíamos exclusivamente romántica, historias que nos hicieron suspirar, reír, llorar, llevarnos el libro a la cama, trasnochar, dejar hervir el agua con tal de acabar el párrafo. Novelas rosa, las llaman; historias de amor con todos los condimentos propios del romance.


A diferencia de mi amiga virtual, no siento nostalgia por esa época. Es cierto que al día de hoy he ampliado mi abanico de lectura, pero jamás abandonaría por completo las historias de amor, y menos cuando el mercado ofrece tanta variedad de subgéneros dentro de la novela rosa. ¿Por qué privarme de volver a sentir mariposas en la panza cada vez que me interno en la piel de nuevos protagonistas? ¿Acaso no les ha pasado de comer con gusto una porción de torta e inmediatamente después desear algo salado? Y a todo aquel que tenga prurito al confesar que lee con gusto una novela romántica, les recuerdo: no es un libro lo que nos define, ni siquiera la variedad de lo que leemos. A todo eso, yo lo denomino, simplemente, placer.


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