Revista Guka publica un fragmento de la nueva novela de Silvana Serrano
- Revista Guka - Biblioteca Nacional
- 12 oct 2014
- 2 Min. de lectura
GuKa la conoció de casualidad pero le interesó lo que dice, lo que cuenta, cómo lo cuenta, el agradecimiento al sumarla, lo cual significa que ella está en su crecimiento con seriedad en la investigación y sabe lo que hace veamos que nos dice:

Silvana Serrano
FRAGMENTO DE LA NOVELA:
Caminaban en fila como reos al cadalso, bordeando la costa en busca de mejillones comestibles, raíces tiernas y frutos silvestres. A medida que avanzaban, los más débiles caían de bruces y suplicaban que la muerte les diera descanso. Quienes tenían familiares que los obligaban a levantarse seguían adelante, los otros eran abandonados bajo la bóveda celeste de un paraje extraordinariamente bello, testigo mudo de la existencia de esas almas perdidas, ignoradas por el resto del mundo.
Álvaro y otros hombres tiraban de los carros, jornada tras jornada. Por la noche, pobladores y soldados se arracimaban y cubrían con mantas para dormir unas horas, y retomar el camino al amanecer. Rey Felipe no podía estar muy lejos, se arengaban unos a otros; pronto llegarían a la ciudad y aunarían fuerzas para salir de ese infierno blanco.
A lo lejos, comenzaron a divisar enormes cordones montañosos, verdes valles interrumpiendo el albor del hielo perenne, y la esperanza resurgió de entre las cenizas. Los ojos azules de Lucrecia se arrasaron al ver tanta hermosura; quedó petrificada sobre sus pies, luego se hincó de rodillas sobre la arena y, lentamente, la envolvió la oscuridad.
—¡Caído! —gritó uno de los soldados sin detener su marcha.
(…)
De vez en cuando, un fuego de grandes proporciones al sur del Estrecho les recordaba que no estaban solos. Otras vidas, otra cultura, habitaba esa isla grande más allá del canal. ¿Qué sería de los Aonikenk – hombres del sur continental – y sus correrías de caza? ¿Dónde estaban los canoeros pescadores de los islotes que mencionaba Sarmiento en sus descripciones?
Tarde comprendían, que aquellas tierras remotas del mundo conquistado por España no les pertenecían. Desde un principio, la naturaleza sabia había tratado de advertírselos; más de dos años empeñados en llegar al confín que los rechazaba, perdiéndose en el transcurso tantas vidas. La historia escrita con nombres que nadie, jamás, conocería. Y ellos, avanzando con el último gramo de fe, el ánimo quebrado, y el cuerpo rindiéndose a cada paso.
En pleno invierno austral, la noche era tan larga como el camino que llevaban recorrido. Cuando por fin la claridad del cielo les permitió orientarse una tardía mañana, la mancha negra del fuerte Rey Felipe fue el premio mayor de un puñado de sobrevivientes.
Con gritos que el viento traía hasta ellos, supieron que alguien abriría las puertas de la ciudad para recibirlos.
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