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De lectora a escritora

  • Foto del escritor: Silvana Serrano
    Silvana Serrano
  • 17 jul 2014
  • 3 Min. de lectura

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Me pregunto cuántos escritores habremos comenzado por ahí.

Siempre me gustó leer. Mis gustos han variado con el paso de los años, y de aquel Chico Carlo de mi infancia hasta ahora, han sido innumerables las obras y autores que demoraron el momento de lanzarme de cabeza a la literatura como una hacedora de historias.

Si bien era una niña cuando escribí algunas de mis primeras obras, no fui consciente hasta hace cinco años que mi imaginación podía ilustrarse más allá de los sueños. La lectura es una pasión que nos envuelve y nos traslada a otro mundo. Sin lugar a dudas, esa pasión fue la responsable de haber sacudido en mí la oculta vocación de la escritura.

Cuando me animé a bosquejar mi primera novela, lo hice con un único propósito: demostrarme que podía llevar al papel una de las tantas historias con las que soñaba despierta. Este manuscrito cayó en manos de una escritora consagrada, Mabel Pagano, quien se ocuparía de corregirlo y darme los primeros consejos. Tengo mucho que agradecerle a esa mujer, puesto que salí de su oficina con un trabajo por rehacer y una firme convicción: para hacer magia hace falta aprender a usar la varita.

No me dediqué a hacer flores de papel; la escritura, estaba segura, no era un pasatiempo sino una vocación. Al día siguiente estaba inscripta en un taller y comencé a dar mis primeros pasos en una maratón que puede hacerse de manera responsable o no. La verdad es que ser lectora no es suficiente, al menos para algunos. Si hay un talento, es bueno pulirlo y tener a mano las herramientas necesarias para completar nuestro trabajo. Y eso es precisamente lo que hice, no sólo en el taller sino en distintos seminarios. Tenés que foguearte en certámenes de cuentos, Silvana – había dicho Mabel, y ahí estaba yo, escribiendo historias mínimas que soñaban con hacerse grandes.

Conocí mucha gente linda que caminaba igual que yo, al arcén de los consagrados. Compartir esta experiencia con otros no sólo nos enriquece sino que suele abrir puertas que, de otro modo, nunca hubiéramos siquiera tocado. Algunos de los premios que he recibido en distintos certámenes no sólo me abrieron puertas, también me impulsaron a seguir adelante y apostar cada vez más.

Aprendí a ser más organizada para trabajar, a tomar de aquí y allá los consejos que podían serme útiles, pero sobretodo, a valorar las críticas constructivas. Hay una verdad innegable en la famosa cita: “…se hace camino al andar”. Un buen día, hace cinco años, me calcé los botines y me eché a andar para hacer este camino. No dejé de ser lectora; en todo caso, creo que seguir siéndolo es la base fundamental de mi carrera. Investigo a fondo sobre lo que quiero escribir, armo bosquejos; en mis fantasías van apareciendo los personajes que contarán una historia en particular; escribo, corrijo y vuelvo a corregir. Tomo apuntes en mi libreta - llena de tips – y la repaso con frecuencia.

Una de las grandes escritoras de nuestro país, Cristina Bajo, me dijo una vez: Escribí, Silvana. Aunque nunca llegues a publicar, escribí, porque alguien tiene que hacerlo. No son pocos quienes lo hacen, esa es la realidad, pero seguí su consejo. Hoy he publicado mi primera novela y seguiré escribiendo aunque ésta sea la primera y única que salga al mercado editorial. En este flamante camino hay mucho por recorrer, pero siempre hacia adelante.

Para finalizar, quisiera que quienes se sientan identificados con mi historia sepan que se puede. Sólo hace falta soñar y, sobretodo, creer. Hay muchos ejemplos de que esto es así.

Me despido con tres agradecimientos que no pueden faltar: a las escritoras Cristina Bajo, Mabel Pagano y Stella Maris Torres Berdun. Tres mujeres que dejaron una huella profunda en mi camino.


 
 
 

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